Cuando tú no aprendes a valorar a tus padres, a esa señora que le llamas vieja.
A esa vieja que pudo tirarte en un basurero, pero decidió en medio de la pobreza sacarte adelante y hoy eres lo que eres gracias a esa vieja y ese viejo.
Hay hijos que, cuando ganan dinero, lo que menos hacen es compartir con sus padres.
Ellos siempre tienen para el mejor par de zapatos o el mejor celular, y la madre, amontonada lavando la ropa.
Honrar no es solo obedecer, honrar también es darles comodidades y atenciones a nuestros padres.
Hay jóvenes hoy en la actualidad, que cómo defienden a la mamá en la calle.
Viera usted, cuidadito que le saquen a la mamá, porque ellos brincan… “a mi mamá no le hables así”, “a mí no me vas a decir hijo de tal”.
Porque a mi madre, el único que la lastima soy yo…
Así es, afuera se rompen la cara defendiendo a la madre, pero en la casa, ellos la están matando a pausas.
Te tengo una noticia, esa señora con la que muchas veces te has pegado a las gritadas porque se mete en tu vida queriéndote aconsejar.
Habrá dos lugares donde la vas a encontrar dentro de muy poco tiempo.
Uno: El cementerio donde va a ser enterrada.
Dos: El álbum de fotos que se tomó cuando estuvo viva.
Abrirás aquel álbum de fotos y dirás: Ahí está mi madre…
¿Desde hace cuánto tiempo tú no le das un beso a tu madre?
O eres de las señoritas que, porque ella se está metiendo en tu vida y no te entiende, has llegado a odiarla.
Si tú quieres ser bendecido como hijo, tiene que ser por medio de tu padre y de tu madre.
Respétalos. Ámalos. Escúchalos, si no quieres mañana llorar amargamente, pero será demasiado tarde.
Porque hay mucha gente que quisiera tener a su padre o a su madre vivos para reponer el tiempo que no aprovechó con ellos.
Y tú que los tienes vivos, por qué te las llevas de orgulloso, que porque ya has crecido y tienes la barbota larga y que hablas ronco.
Te da vergüenza darle un beso a tu madre.
Ay hijo… viene un día donde vas a querer comértela a besos, pero ella ya no te va a poder responder, porque estará en una caja, sin aliento de vida.
Si alguno de ustedes se identifica con esto, les quiero compartir un escrito, se titula: El último beso a mi madre.
Como todos los días, desde hace ya seis años, me despertó mi madre esta mañana para que yo fuese a la escuela.
Había pasado una mala noche con pesadillas, y me había costado mucho trabajo levantarme.
A los 10 minutos mi madre volvió a despertarme, pero esta vez, con más premura.
Se me estaba haciendo tarde, me levanté como un bólido y apenas si me lavé la cara.
Desayuné en un abrir y cerrar de ojos, y ahí estaba mi madre diciéndome:
– Come despacio hijo, te vas a ahogar.
Con las prisas del momento le contesté de mal talante:
– ¡Sí ya lo sé hombre, no comience de nuevo a regañarme!
Además, tuve que soportar sus preguntas de rigor: ¿Llevas almuerzo?, ¿Hiciste tus deberes?, ¿Llevas completos tus cuadernos?, ¿Te cepillarse los dientes?
Yo aún más impaciente levantando la voz le dije:
– ¡Ya te dije que sí!
Ella sonrió suavemente y me dijo:
– Anda, ven y dale un beso a tu madre y ve con cuidado a la escuela.
Alcé mis hombros con fastidio y le dije, medio enfadado:
– Mamá, ya es muy tarde, no tengo tiempo para esos sentimentalismos absurdos. No quiero darte un beso.
Todavía retumban mis propias palabras en mi oído… “No tengo tiempo para eso”.
Con las prisas y el enfado, se me pasó por alto un leve destello de tristeza en su mirada.
Mientras iba corriendo a la escuela, estuve a punto de regresarme a darle el beso a mi madre, sentía un nudo en el corazón.
Pero mis compañeros comenzaron a llamarme, y fui hacia ellos.
¿Con qué excusa regresaría,que iba a darle un beso a mi madre? se hubieran reído de mí.
De todas formas, al regresar a casa después de las clases, vería a mi madre siempre en la puerta esperándome como siempre.
Temerosa de que no me haya sucedido algo. Impaciente si tardo algunos minutos ya que me entretenido con los amigos.
El día se me pasó volando en la escuela, entre clase y clase, juego y juego, se me había olvidado el incidente de la mañana.
Sin embargo, esta vez, apenas sonó el timbre salí corriendo a la casa sin entretenerme.
Desde la esquina esperaba divisar la figura de mi madre en la puerta; pero no había nadie.
Supuse que estaría adentro cocinando mi almuerzo, pero extrañé de momento su presencia tan segura.
Antes de tocar el timbre, salió a la puerta mi padre.
¿Pero, era mi padre?
Aquel hombre era mucho mayor de lo que siempre me había parecido.
Sus hombros caídos, sus ojos hinchados, y un profundo halo de tristeza lo rodeaba.
Mi corazón empezó a latir alocadamente, presintiendo algo, y apenas me salió la voz para decir:
– ¿Qué pasa papá, todo está bien?
En un suspiro me contestó…
– Tu madre sufrió un ataque al corazón esta mañana, mientras preparaba tu almuerzo. Su muerte fue instantánea hijo, nadie se enteró hasta que vinieron a visitarla y la encontraron allí tirada. Se nos fue nuestro ángel hijo…
¡MI MAMÁ!, ¡MI MAMÁ!, ¡MI MAMÁ!
La que todas las mañanas me despertaba, la que oraba conmigo, la que me arropaba y me daba un beso de buenas noches.
A la que esta mañana contesté de mal forma y no quise darle un beso.
¡Dios… perdóname… dile que me perdone!
Porque aún soy un niño pretendiendo ser hombre, dile por favor, que ella es lo que yo más amo en la vida.
Dile que siempre en ella encontré muchos consejos.
Dile que sus suaves sonrisas me acompañarán toda la vida, y que prometo valorar a las personas que se quedaron.
Cuídala por mí, Dios, que ella es muy buena.
Y dile por favor, que cuando me toque la hora de partir de este mundo, venga a mi lecho y me arrope como un día ella lo hizo.
Disfrutemos no sólo este día, sino todos los días de nuestra vida, porque nunca sabremos hasta cuándo tendremos la dicha de tenerlos con nosotros.
Te invito a que tomes tu celular en estos momentos y envíales un mensaje a tus padres.
Diles cuanto los amas, cuan agradecido estás por todo lo que han hecho por ti y que te perdonen por lo caprichoso que fuiste y los malos momentos que les hiciste pasar.
Diles que disculpen tu indiferencia y que los invitas a comer, aprovecha a tus padres en vida.
Y si ya no están con nosotros, aún en su ausencia, nos seguirá amando.